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Para un agujereo hipertextual de lo real o La Divina Mímesis de Pasolini en El cuenco de plata
En la radicalización que estruja la substancia de la palabra, en su desnudez impúber virginal y en su espinoso dorsal mancillado está el elixir, su néctar. A las dos semanas y media de entregar La Divina Mímesis a imprenta, el que será el postrero de sus trabajos publicados, Pier Paolo Pasolini es asesinado en la playa de Ostia. En los últimos años de vida del genio de Bolonia, la pronunciación cada vez más radical de sus postulados eidéticos, estéticos y estilísticos es paralela a su clímax de erudición y proporcional a su frustración como ser humano. Algo descarnadamente ostensible en su Salò o los 120 días de Sodoma, cénit de la expresión pasoliniana del cine y película estrenada unos meses antes de la publicación de este volumen in continuum. Son estos años de excitación creativa los que acentuarán también sus posiciones políticas de tinte cada vez más exacerbado y anómico y los que extremarán sus características estilísticas e iconográficas dantescas tanto en la literatura, como en su vida social o en el cine. Y los que darán salida al argot sintagmático más característico del autor en estos años de explosión determinista y sincretismo: genocidio cultural, mutación antropológica, nuevo fascismo, puritanismo industrial, conformismo de masas… entre otros constructos no precisamente inofensivos y, casi siempre, de conatos apocalípticos con los que, tampoco falto de acritud e intención, oscurece y aspereza su lenguaje. Especialmente el literario. Por eso, producto primero de una ingestación culta voraz y de un furor heroico, aunque caído, que denuncia la aceleración progresiva de la destrucción de la cultura subalterna (campesina) y, segundo, de la asunción intertextual de las voces de otros, su agujereo, taladro, mimetismo y cruce (lo que también introduce cierta idea transgresiva de escándalo y psicosis), Pasolini llega al concepto de literatura-expresión. Una escritura procesual, tensiva, virginal, absoluta, salvaje, abierta, que se desprende de formalismos y corsés estilísticos y que enuncia lo real a través de una relación de semejanza atroz y emulación, tan híspida como aquello que representa. Una escritura eminentemente política, depurada, aunque brutal, que excede el lenguaje escritural en el deslumbre excesivo de (su posición en) lo real.
El cuenco de plata, editorial argentina de interesantísimo catálogo que felizmente distribuye Tarahumara en nuestro país, edita en su colección Extraterritorial un esbelto tomo que ciñe esta joya oscura, ónice tártaro brillante. La Divina Mimesis, recipiente acristalado de tapa abierta y contenedor de esa suerte magmática de escritura-expresión, es el proyecto filológico vivo que asevera la negación de la originalidad literaria en una literatura que se opone, precisamente, a lo literario. Y a través de ella, y siendo reflejo especular y mimético (aunque también simbólico) de La Divina Comedia de Dante Aligheri, en tanto que es la Comedia de la Verdad -de la “absoluta realidad”- es capaz de señalar, acusatorio, esa abolición de la Italia primitiva anhelada. Ausculta de esta forma los males y tumores que conducen a esa derogación desde la reproducción contaminada, heterogénea y plural (y por eso, según Pasolini, también a escasos milímetros del escozor de la verdad) que fija sus vórtices en la República de Platón y en el extracto quitaesenciado de la ensayística de Auerbach (la interpretación de lo real a través de su imitación literaria), entre otros autores como Gramsci, Gadda y Contini. Detecta sus orígenes y en dos cantos obsesivos y broncos, soberbios y perversos, unos apuntes y fragmentos para el tercer, cuarto y séptimo canto (salpicadas con putas, florecillas y una conjunción de lengua culta y vulgar, que es la lengua del odio), notas varias y un poema fotográfico misceláneo (Iconografía amarillenta), muestra su opacidad intelectualmente más deslenguada. Contestatario, beligerante, corsario (de guante mudado), demasiado racional y demasiado visceral. A la vez. Torvo, ofídico, fulmíneo. Nihilista, esteta, excesivo. Casi semiótico y psicoanalista, sin haberlo sido. Antiescolástico, erotómano, taxativo, hirsuto, pastischista, herético y traumático, Pier Paolo describe en La Divina Mímesis un componente sustancial que reside en toda su obra última y que aglutina filología, filosofía, mitología, política, estética y ardor desde su radicalización más violenta y hosca. Con él, y su bestialismo rampante, combate y sodomiza el pecado de la vulgaridad en un particular Infierno dantesco, sí. Pero real. Donde oscuridad es igual a luz y él un supurante ecce homo.
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